Minutos musicales
MINUTOS MUSICALES
* Pasa volando el ornitorrinco que sopla la ocarina.
* Cuando estoy solo, delante del espejo, soy el más brillante director de orquesta que existe.…
* Cada amanecer, la imaginación pone música a la realidad.
* Un péndulo caótico rige los sonidos de la ciudad.
* La realidad es aleatoria como la música (aleatoria).
* Anda, confiésalo, tú también eres de la época del vinilo.
* Hay gente dando vueltas alrededor de un par de melodías durente toda su vida.
* Todo lo que pienso es real, pero ahora pienso en una música que no existe.
* Aquella gente leía partituras para escuchar música.
* Desde que me quedé sordo escucho la música más perfecta que existe, sin ningún tipo de impureza. La escucho por aquí dentro, con los nervios.
* En casa de mi abuelo había unos cuantos discos de baquelita y un gramófono al que nadie hacía caso, solo los niños.
* ¡Eh! Estoy aquí encriptado en un MP3.
* No pude hacer nada más, hasta le canté un motete.
* Hace 150 años había que ir a un sitio para escuchar música, hoy la música viene con nosotros a cualquier parte que vayamos.
* Toda la música es una sola. La del pasado, la del futuro, la de ahora, la infinita variedad de músicas que se mueve sobre la tierra.
* El paisaje urbano es música.
* Nunca se había escuchado tanta música, hecha por tanta gente, en tantos sitios.
* No sé cómo, pero para mí el saxo es un instrumento erótico. Será por la «X».
* Y ahora, este niño de voz cristalina, va a cantar para todos ustedes la bonita canción que lleva por título, “Sierra de Mariola”.
Juan Yanes
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Escritura automática
Escritura automática
Tengo una estilográfica que escribe sola. No hago más que darle el tema y ponerle un tope de adjetivos y de asesinatos y se lanza a escribir a tumba abierta con una pasión desmedida, que me deja anonadado. Si no le pongo límite a los asesinatos, cuando regreso, el escritorio parece un campo de batalla, hecho unos zorros, y si no le pongo límites con los adjetivos, me deja todo el escrito relamido y pegajoso y hasta las paredes se llenan de epítetos redundantes e innecesarios. Por lo demás no me puedo quejar: no cometes anacolutos, cuida en extremo el régimen de construcción de las cláusulas; no cae en la utilización abusiva se epíforas; ni en el fácil recurso de la suspensión; y nunca la he visto cometer metábasis alguna. Una maravilla.
Juan Yanes
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Máquina I
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Máquina I
La Máquina I funciona candorosamente a la manera de un cabrestante que se acciona, contrarrestando el movimiento de inercia de las dos caras exentas del cilindro central, con un mecanismo que al girar de manera excéntrica, tira de las sirgas laterales tensando el dispositivo de reducción hasta la posición de equilibrio inicial para girar, en un movimiento pendular, hasta una posición de reposo aparente -como los músculos de un tigre en el instante anterior de saltar sobre su víctima-, que se asemeja a la de aquellos antiguos ingenios que querían emular el movimiento continuo, utopía en la que dejaron la salud y la fortuna ilustres colegas del gremio de la sinagoga de los iconoclastas. Este ingenio, mutatis mutandis, tiene la peculiaridad de poseer dos cadenitas de titanio graciosamente colocadas a ambos lados del cilindro central, de las que pende una perilla móvil con diseño ergonómico que, a decir verdad, nadie se atreve a tocar por si el invento sale despedido, hecho pedazos, a pesar de su aspecto inofensivo, dado que según el enunciado la decimotercera ley de la termodinámica, que mide la entropía, no utilizable, contenida en un sistema, por si pudiera escaparse de forma inversamente proporcional al grado de desajuste neuronal del sujeto que la manipula. Por lo demás es una máquina normal: no funciona.
Juan Yanes
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Aceite de argán
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Aceite de argán
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Yo debería saber tu nombre. Lo dijeron en voz alta después de sacar tu identidad del bolsillo trasero del pantalón. Estabas tirado boca abajo en la carretera, esperando que llegara una ambulancia, en medio del asfalto, flanqueado de adelfas color carne. Tú, una flor partida contra el cristal, mientras ella sostenía tu cabeza que no dejaba de sangrar. Me pregunto por qué corriste por la carretera y luego saltaste sobre la luna. Precisamente en aquel sitio donde las jóvenes majan semillas de argán contra la piedra y perfuman el aire de almizcle. Se hizo de noche. Nos llevaron a la gendarmería. Nos retuvieron allí durante horas. La vida humana son quince renglones de un informe escrito con infinita desgana. Tadavía quedaban dos horas para llegar a Marrakech.
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Juan Yanes
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Barandilla
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Barandilla
Es bueno ser barandilla. Evitas que el señor gordo trastabillee y se rompa la crisma, que la de los tacones inverosímiles se dé un estampido monumental, que la viejita caiga al vacío irremisiblemente, que el cobrador de la luz ruede escaleras abajo en un descuido, y fenezca. También cumples funciones de tipo lúdico, permitiendo que la gente se deslice graciosamente de nalgas, cuando nadie la mira, sabiendo de las confidencias y los susurros en los zaguanes y en las escaleras, sobre los que guardo un discreto silencio. Como compensación, todos me acarician, me aprietan, me manosean, me aman, en fin, una cosa lúbrica, libidinosa y lasciva, qué quieren que les diga.
Juan Yanes
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Aït Benhaddou, la ciudad del viento
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¿Qué será de mí? Amigo mío, no te apartes de mí.
Mi amigo está enfermo de mi amor. ¿Cómo no ha de estarlo? ¿No ves que a mí no se acerca?
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Ven mi boquita está para besar, que es un collar de cerezas.
No dormiré madre. Al rayar la mañana, viene Abu-l-Qasim con su faz de aurora.
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Madre, mi amigo se va y no tornará más. Dime qué haré, madre: ¿No me dejará siquiera un besito?
¡Madre, ay qué amigo! Bajo la guedejuela rubita, el cuello blanco y la boquita coloradita.
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Boquita de collar, dulce como la miel, ven, bésame. Amigo mío, ven a mí, sigue amándome como el otro día.
Amiguito, decídete. Ven a tomarme. Bésame la boca. Apriétame los pechos.
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Junta ajorca y arracada. Mi marido está ocupado.
No te amaré sino con la condición, de que juntes mi ajorca del tobillo con mis pendientes.
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Aş-Şabāh hermoso, dime: ¿De dónde vienes? Ya lo sé que amas a otra; a mí tú no me quieres.
Mi dueño Ibrāhim, ¡oh, nombre dulce!; vente a mí de noche; si no, si no quieres, iré yo a ti. Dime dónde puedo unirme.
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Deja mi brazalete y afloja mi cinto, mi amado Ahmad: sube conmigo a la cama, acuéstate desnudo.
Mi corazón se me va de mí. ¡Ay Señor, no sé si me volverá! ¡Me duele tanto por el amigo!
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De tanto amar, de tanto amar, amigo, de tanto amar, enfermaron unos ojos, que ahora duelen.
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Las fotos están tomadas en el Casar de Aït Benhaddou, a 200 km. al sur de Marrakech, cerca de la ciudad de Uarzazate. Los textos son jarchas arabigoandaluzas, fueron compuestas entre los siglos X, XI y XII. Están tomadas de la traducción hecha por el arabista Emilio García Gómez, en «Poemas arabigoandluces», de la Colección Austral, Espasa-Calpe (Madrid, 1985).
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El universo mundo
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El universo mundo
Me hubiera gustado estar al principio de todo, asistir de incógnito al nacimiento del universo, colgado por una pata sobre el vacío y ver salir la luz de su escondrijo, por primera vez. Ver aparecer los objetos más ínfimos y las infinitas gotas que componen los océanos y saber si el universo tiene límites y si es cálido o es frío e inhóspito… Pero en ese preciso momento estaba sentado en el borde de la cama, atándome los cordones de los zapatos, y no pude pensar en nada.
Juan Yanes
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